martes, 10 de marzo de 2015

URBANISMO SUSTENTABLE, una cultura sostenible.

Por Mario E. Biancardi G.

El hombre, desde su aparición sobre la tierra, ha siempre mostrado su tendencia a vivir en grupos y en sociedad. Las nuevas necesidades, que van surgiendo, resultado de su evolución económica y cultural, sugieren la prestación de actividades más especializadas. Esto entre otros factores conlleva a la conveniencia de agruparse para habitar con lo que a su vez, ofrece nuevas posibilidades y acrecienta el desarrollo. Así nacen las primeras ciudades que tras la expresión romana “ab urbe condita” (tras la fundación de la ciudad) no han dejado de crecer y multiplicarse sobre nuestro planeta.
La acelerada explosión demográfica de estos últimos 60 años en lo que crecimos alrededor de unos 4.500 a 5.000 millones de habitantes, habida cuenta que para alcanzar los primeros 2.000 millones de humanos se requirió de aproximadamente un millón de años, introducen una fuerte presión a los aspectos de sostenibilidad urbana más importantes: La huella ecológica, entendida como la cantidad de superficie de tierra necesaria para poder mantener adecuadamente sus funciones y la capacidad de carga de ese territorio que representa la posibilidades que posee un ecosistema para mantener la vida que alberga. Son, en síntesis, los recursos de usos urbanos en relación con los umbrales máximos de su utilización.
Las últimas técnicas urbanísticas, normas y leyes proteccionistas del medio ambiente, si bien de beneficiosa aplicación (aunque no en todos los casos), no parecen ser suficientes ni oportunas ante la magnitud del “tsunami” poblacional que ya nos arrolla con sus inevitables consecuencias al medio ambiente y a la calidad de vida de los pobladores urbanos. Como siempre afectando mayormente a los más necesitados y vulnerables del planeta: los pobres.
Esto no es un acontecimiento nuevo, aunque si en su actual escala y proporciones. La civilización Maya entre el 1.020 y el 1.100 d.C. desaparece producto de una combinación de factores, que los arqueólogos y otros científicos atribuyen, probablemente, a cambios climáticos y al desborde de la capacidad de carga de los territorios por ellos poblados.
Ese complejo de interrelaciones de factores, acciones y consecuencias que constituyen el metabolismo urbano como: la complejidad socio-cultural, la economía de la ciudad, los procesos de uso y transformación de los materiales y energía por los organismos que conforman un ecosistema como la comida, la bebida de humanos y animales. La fotosíntesis, los residuos líquidos, sólidos o gaseosos de los animales y plantas. Los motores, la calefacción, la refrigeración, la construcción, la fabricación y otros alimentados por la savia urbana que lo constituyen la Información, la Materia y la Energía requeridas y de las que se nutre el organismo ciudad.
Solo la edificación y la construcción, en el ámbito urbano, consume más de la mitad de los recursos y materiales extraídos de la tierra.
 El Planeamiento Regional y Urbano son herramientas imprescindibles para la obtención de logros coherentes para la sustentabilidad urbana.
El ritmo de crecimiento de la pobreza y sus consecuencias nefastas para la calidad de vida humana y sus repercusiones sobre el medio ambiente son hoy conocidas. Favelas, rancherías, barrios inhabitables. Insalubridad, hambre, delincuencia, drogas y muerte son los signos visibles de esta ecuación.
Los cambios climáticos con su consecuente desertización de amplios territorios e grandes inundaciones en otros. Desaparición precipitada de especies de todos los géneros. La afectación de la capa de ozono y el efecto invernadero actuando aceleradamente sobre el deshielo de los polos, y todos los fenómenos ya muy conocidos por todos gracias a la agilidad y el alcance de los medios de comunicación de masas con que contamos.
Pero el problema no es solo de índole cuantitativo.
Apenas entre los años 60 y 70, del siglo pasado, aparecen las primeras manifestaciones de sentido ambientalista. Los Hippies con su filosofía y modo de vida orientado al retorno a la naturaleza son los primeros llamados de atención al medio natural.
En los 80 destacan asociaciones y actores particulares como World Wildlife Fund, Jacques Costeau y Greenpeace que realizan acciones aisladas, pero sostenidas, en favor del medio ambiente y sobre todo mostrando y protegiendo la fauna.
En 1987 se define, por parte de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, en el informe Brundtland, el concepto universal de Desarrollo Sustentable como:
“Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”
Pero…se pregunta Miguel Ruano (Ecourbanismo 1999)
¿Cómo se definen esas necesidades y quién las define?
¿Qué patrones hay que usar de referencia? ¿Los del mundo desarrollado o los del mundo subdesarrollado?
¿Qué es una necesidad y qué es lo que hace que una necesidad sea superflua?
¿Cómo se mide todo eso?
Es a partir de los 90, tal vez impulsados por las crisis económicas que arrojan desconfianza en las tecnologías y los tecnólogos, es cuando se comienza a tratar el tema ambiental de forma sostenida y seria. En 1992 la primera Cumbre Mundial del Medioambiente se desarrolla en Rio de Janeiro seguida por el Protocolo de Kioto (1997), sobre la emisión de gases contaminantes y el cambio climático y que a partir de ellas se han venido revisando el cumplimiento de las metas logradas y la programación de metas para el futuro.
La última Cumbre Mundial del Medioambiente se llevó a cabo en Rio en el 2012.
El problema, como ya dijimos no es solo de orden cuantitativo sino principalmente de índole cualitativo, o sea CULTURAL.
Se requiere de voluntades y conciencias con valores sólidos para encarar este problema.
Ya lo anticipó Al Gore en su cinta ganadora de un premio Oscar: “An inconvenient truth”: (2006) “…se requiere de un cambio de forma de vida y de costumbres…”
Un solo click oportuno en el apagador de la luz eléctrica, la computadora, la televisión puede ser tan o más efectivo que muchas cumbres o leyes o normas o descubrimientos tecnológicos. Pero para hacerlo se requiere de voluntad. Y la voluntad es hija de la cultura que, a su vez es hija de la educación.
Una educación para una cultura para el urbanismo sustentable.
Ahora bien, desde Thomas S. Eliot: «Yo no veo la razón alguna por la cual la decadencia de la cultura no pueda continuar y no podamos anticipar un tiempo, de alguna duración, del que se pueda decir que carece de cultura» (Notes Towards the Definition of Culture, 1948), pasando por George Steiner (Some Notes Towards the Redefinition of Culture, 1971); Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (La cultura-mundo, Respuesta a una sociedad desorientada, 2010); Fédéric Martel (Cultura Mainstream, 2011) hasta llegar a Mario Vargas Llosa: «Para esta nueva cultura son esenciales la producción industrial masiva y el éxito comercial. La distinción entre precio y valor se ha eclipsado y ambas cosas son ahora una sola, en la que el primero ha absorbido al segundo. Lo que tiene éxito y se vende es bueno y lo que fracasa y no conquista al público es malo. El único valor es el comercial. La desaparición del viejo concepto de valor. El único valor que hay ahora es el que fija el mercado.» (La Civilización del Espectáculo. 2012) se ha coincidido en señalar que la pérdida del sentido religioso trascendente de la vida ha resultado en una manifiesta progresiva banalización y consecuente decadencia de la cultura basada en valores espirituales, éticos, morales y artísticos, sustituida por una cultura de los valores de mercado, el consumismo y la diversión.

Entonces las preguntas son:
¿Es ésta, nuestra cultura actual, una cultura sostenible a la luz de la explosión demográfica que estamos registrando, que pueda aportar medidas efectivas, morales y éticas para lograr los cambios de conducta necesarios?
 ¿Podremos desarrollar un urbanismo sustentable, sin una cultura sostenible, que pueda resolver los gravísimos problemas de asentamiento humano sin afectar irrecuperablemente, incluso para esta generación, el medio ambiente?
Para mí la respuesta es educación y cultura sostenible.


Maracaibo, 26 febrero de 2013

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